
BILLY BRAGG:
…LA VOZ DE LOS QUE QUIEREN SEGUIR PELEANDO…
Si Ken Loach o Mike Leigh hiciesen música, serían Billy Bragg. Surgido en los albores de los años 80, este trovador británico conoce varios de los idiomas que se han refugiado en su guitarra y en su garganta, y la contestación a la arrogancia del sistema es el ingrediente habitual y de mayor fundamento que incluye en los repertorios que ofrece al mundo desde su debut.
Bragg viene de las revueltas ciudadanas de los 80 ante las duras medidas adoptadas por Margaret Thatcher en su país; viene del poso de desesperanza que dejó el White Riot Tour de los Clash. Su escuela, marcadamente izquierdista, fue aquel movimiento anti folk en el que militó cuando joven, y, desde luego, también el punk, el rocanrrol y el vasto universo de la canción.
Hoy sigue fiel a aquella filosofía rupturista, de esquiva clasificación, manteniendo muy alto el pabellón de la creatividad. Acostumbrado a replicar, a no aceptar instrucciones porque sí, Bragg podría haber sido el hijo de Tom Joad, el héroe literario de Las uvas de la ira. Es la prolongación natural de Pete Seeger y Woodie Guthrie, y de lo último hay constancia en el encargo que Nora Guthrie, hija de aquel bardo estadounidense, le hizo en 1992, pidiéndole una revisión expresa para las canciones no musicalizadas de su padre. Seis años después, Bragg, en compañía de la banda estadounidense Wilco y de otros artistas como el bluesman Corey Harris, grabó este proyecto en el álbum Mermaid Avenue.
En sus recitales actualmente, comparece en solitario, en formato voz y guitarra (acústica y eléctrica), como un Pete Seeger del sigloXXI, y la temática de sus canciones se ajusta al concepto híbrido que, de unos años acá, viene caracterizando sus presentaciones: títulos comprometidos con las mejoras sociales de las clases más desfavorecidas, mezclados con otros de aliento romántico.
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